Tras un cuadro gripal que me obligó al reposo, a esa tregua breve con el yugo laboral a costa de fiebre y tos, pude darme cita con el flamante libro de Germán Mangione, y a través de él, con ese prócer de apellido Monteagudo, que hasta el día de ayer, me resultaba un total desconocido.
Debo confesar, que devoré con fruición, en tres días, cada palabra, cada línea, cada párrafo. En el transcurso de la lectura, breve e intensa como la vida de Bernardo, fui tomado, atrapado, por una suerte de estado de alerta, de movilización, de querer saber, de querer estar ahí. Algo de aquellos espíritus que forjaron Patria, se metió bajo mi piel y envalentonó mi sangre.
En un estéril intento de objetividad, y lejos de esa deformación ideológica mal llamada “imparcialidad”, nobleza de lector me obliga a recomendar este libro para que otros puedan disfrutarlo. Vale decir: si el posible lector/a siente algún tipo de fervor patriota, nacionalista (con “c” y no con “z” en el decir de Cafrune) o antimperialista, este libro se disfruta por partida doble. Luego de transitar por sus páginas, la pregunta inicial se modifica. No es ya ¿Por qué volver a Monteagudo?, sino, ¿Cómo NO volver a Monteagudo?
Como dice Manuel Mujica Lainez en boca de uno de sus personajes: “Nada es tan desconsolador, para un libro, como morir virgen”. No es este el caso. Ya leído, lo seguirá siendo, sobretodo, por la vigencia abrumadora de “la pluma más filosa de la revolución”, y porque los combates que la nueva hora americana nos reclama, requieren de intelectuales lúcidos, inquietos, rebeldes e infatigables.
Se sobreentiende: es un libro de lectura ágil y contenido atrapante. Pero hay más, más por enterarse, y es que nuestras cabezas están colonizadas, y que nuestro suelo se desangra por la misma herida de siempre.
Por suerte para nosotros/as, está viva la pluma de Bernardo, que junto a la de Germán, sigue insistiendo con quemar.
