Por Arq. Javier Corizzo
Consideraciones sobre la aprobación de la ordenanza municipal que permite torres de hasta 120 mts.
Hace algunas semanas, tomó relevancia pública la decisión del poder ejecutivo municipal comandado por Pablo Javkin de presentar y hacer aprobar una ordenanza, modificando las alturas máximas reglamentarias para una serie de lotes de grandes dimensiones en determinadas zonas de la ciudad de Rosario. La nueva normativa permite la ejecución de torres de hasta 120 mts. en terrenos no menores a 1000 m2, siempre y cuando se respeten determinados requisitos. Hay, por supuesto una serie de argumentaciones, a favor y en contra, pero indudablemente esta modificación impone un debate urbanístico del tipo de ciudad hacia el que avanza Rosario. Lejos de las conclusiones apresuradas, pero adelantando una posición negativa en relación a la conveniencia de esta ordenanza, intento hacer un análisis más pormenorizado e histórico de los cambios que Rosario, como cualquier ciudad en movimiento, atravesó y continúa atravesando.
La ordenanza en cuestión.
A grandes rasgos, el proyecto enviado por el ejecutivo se sostiene en la premisa de reactivar la construcción, destrabando una serie de grandes lotes en áreas céntricas y en corredores urbanos, llegando en algunos casos a contemplar alturas máximas de 120 mts. (40 pisos). Plantea la construcción en torre (es decir, desvinculada de las medianeras), y una seria de medidas que las constructoras que quieran usufructuar estos cambios en las normativas, deberán respetar.
Por otro lado, desde el ejecutivo hacen hincapié en que el objetivo de fondo es “desburocratizar” la aprobación de este tipo de proyectos. ¿Qué quiere decir esto? Que este tipo de torres, en este tipo de lotes ya vienen ejecutándose, solo que se tramitan por la vía de excepciones solicitadas al Consejo Deliberante. Órgano que viene dando luz verde desde hace rato a este tipo de iniciativas.
No es cuestión de oponerse a la construcción de torres en Rosario por capricho. Las torres no son buenas ni malas por sí mismas, sino que son un elemento urbano dentro de una ciudad que busca modernizarse, pero necesariamente estas modificaciones planteadas deben estar atadas a un proyecto integral de ciudad. Para eso existen los planes urbanos que definen los rumbos estratégicos de las ciudades por un periodo considerable, regulando de acuerdo a estos objetivos cada una de las normativas y las medidas a tomar que definirán la ciudad del futuro
Por eso considero que es interesante desarrollar un brevísimo análisis considerando algunos aspectos de los últimos planes urbanos de ayer, que definieron la ciudad de hoy.
La planificación urbana rosarina. Un proceso con claroscuros
Durante los últimos 40 años hubo distintas aproximaciones mediante los llamados “Planes Estratégicos” y “Planes Urbanos” que fueron articulando las normativas y la estructura urbana hasta alcanzar la ciudad que hoy conocemos. En el año 1991 se presenta el “Plan Director”, como resultado de los análisis de la traza urbana hechos post recuperación democrática llegando a un diagnóstico del rumbo que debía tomar la infraestructura urbana. Ese plan no solo retomaba la idea del frente costero, sino que generó un gran impulso en la construcción de las redes de desagües, generando un cambio cualitativo en muchas áreas de la ciudad. Las limitaciones generadas por las políticas privatizadoras de los años 90 frenan en gran medida el impulso.
Posteriormente se llevó adelante el Plan Estratégico Rosario en el año 1997, que, de alguna manera intentaba definir un perfil productivo. La mayoría de los proyectos que contenía abonaban al posicionamiento de la ciudad dentro de la hidrovía, los trenes, el tránsito pesado, etc.
Finalmente, y como resultado de sus planes predecesores, llegamos a la última gran planificación urbana de la ciudad que fue el llamado Plan Urbano 2007. Rosario multiplicó su zona de parques y espacios verdes principalmente en el frente costero al Rio Paraná, mudando a las periferias y a los extremos las áreas productivas y el puerto (que es, en sí mismo, otro debate de envergadura) y consolidó la marca “Rosario” buscando instalarse como una ciudad moderna, amigable con el ambiente, abierta a las costas de su río. A su vez destinaron toda la zona de Puerto Norte para la construcción de torres de lujo, edificios de oficinas, hoteles 5 estrellas, etc. Una especie de Puerto Madero local.
En todo ese proceso se llevaron adelante iniciativas de diversa índole como por ejemplo la descentralización municipal a través de sus distritos, la protección patrimonial y los límites de las alturas en cada una de las áreas de la ciudad establecidos en el código urbano.
Pero si queremos analizar integralmente el resultado de la planificación urbana de los últimos años, no alcanza con mirar Puerto Norte o los parques costeros. Es imposible negar que en nuestra ciudad se concentraron los recursos en determinadas zonas en detrimento del resto. Al día de hoy sigue habiendo barrios enteros con precariedad absoluta, donde la red de cloacas no llega, y donde la presión de agua potable es mínima. Incluso tenemos en Rosario (y esto es inaceptable) multitud de espacios donde hay zanja en vez de cordón cuneta, de manera que el agua se va pudriendo, contaminando los espacios que transitan cotidianamente quienes habitan las periferias.
El modelo de las grandes torres fue (y sigue siendo) en beneficio de las grandes constructoras locales (y algunas nacionales) que se quedaron con el magnífico negocio de la tierra más cotizada a cambio de
obras públicas, que en muchas ocasiones nunca llegan a ejecutar (como ejemplo alcanza mirar lo que sucedió en los terrenos del ex batallón 121)
Tampoco se ha mejorado sustancialmente el transporte público. Más allá de los intentos, de relativo éxito, de los carriles exclusivos, o los metrobuses, no resonó ninguna alternativa para facilitarle la vida a los rosarinos que deben trasladarse cotidianamente por la ciudad, obligando a los ciudadanos que tienen posibilidades de hacerlo a utilizar el auto, generando ruido, embotellamiento y polución que podrían ser evitados. Resulta llamativo que, a día de hoy, sigamos negándonos a tener un estudio real de la factibilidad de hacer 2 o 3 líneas subterráneas que podrían agilizar enormemente la movilidad.
También en lo que respecta a las alturas permitidas el viejo código urbano tiene sus contradicciones. Si bien la normativa establece alturas máximas razonables, existen grandes sectores y corredores urbanos donde la misma norma permite las llamadas “alturas exceptivas”. Esto significa que en muchas zonas de rosario uno puede aumentar significativamente la altura a construir a cambio del pago de una tasa municipal. Es decir, una medida meramente recaudatoria para que aquellos que tengan la posibilidad, aumenten los m2 a construir. Dan ganas de parafrasear a Jauretche cuando decia “Es pa’ todos la cobija o es pa’ todos el invierno!
Por lo tanto, el mismo modelo de pensar la ciudad desde la excepción, y no desde la norma, ya viene instalada en el modus operandi de los principales actores que construyen la ciudad desde hace 20 años.
Para no caer en simplificaciones, vale decir que no es lo mismo la excepcionalidad determinada por el código urbano que aquellas que solicitan las grandes constructoras junto a las financieras para exprimirles el jugo a los lotes en cuestión. Sin embargo, es difícil pensar que una práctica no deriva naturalmente de la otra. Mientras Rosario no tenga una normativa clara de cómo modernizarse y que rumbo tomar, será un barrilete moviéndose al viento de las grandes constructoras.
La ordenanza.
Dicho esto, y habiendo sopesado virtudes y defectos de los últimos grandes planes urbanos de la ciudad, considero que la aprobación de la nueva ordenanza implica un gran retroceso para la ciudad. No porque las torres sean malas por si mismas, o porque no debamos tener edificios modernos que en muchos casos terminan identificando zonas enteras, sino porque esta ordenanza es a pedido, está hecha para garantizar el lucro de un puñado de constructoras, las grandes ganadoras del modelo que se vienen repartiendo el plusvalor de las tierras más cotizadas de la ciudad dedicándose a levantar m2 de lujo. El negocio de los empresarios de la construcción, generalmente asociados a estructuras financieras, está más ligado al lavado de activos provenientes de actividades de diversa índole, legales e ilegales que a acercar una solución para los miles de rosarinos que buscan una vivienda.
Por otro lado, pareciera hacer falta remarcar que los índices y las alturas permitidas deben estar en relación a la infraestructura disponible o prevista a corto plazo en cada área cuya normativa fue modificada. Con esta ordenanza dan lugar al aumento de la densidad en el centro y el macrocentro (no necesariamente una mala idea) pero en ningún lado se planifican ensanches de las calles para mejorar la circulación, ni se impulsa una mejora en el sistema de transporte público.
Incluso en una ciudad donde resulta difícil encontrar espacio para estacionar, la nueva ordenanza viene con la novedad de reducir requisitos de cocheras. Tampoco está prevista en la normativa la ejecución de obras de infraestructura para mitigar el efecto de la mayor demanda en consumos eléctricos o agua potable. Ni aparecen los estudios de impacto ambiental, sobre el trazado urbano de nuestra ciudad.
En definitiva, una normativa de estas implicancias no debe definirse mediante una ordenanza aprobada según correlación de fuerzas en el consejo deliberante, y mucho menos en función de la voracidad de los grandes poderes económicos de la ciudad.
Deben generarse los espacios para que la ciudadanía forme parte de los debates que marcaran el futuro de nuestra ciudad. Sus accesos, su infraestructura, sus barrios, su movilidad, su traza urbana. La ciudad como elemento de integración y no como expresión de la segregación
La ciudad que se viene será de todos.
Discutámosla entre todos.