Categorías
SOBERANÍA

Volver a empezar, con lo nuestro, volver a nuestras raíces.

Por Feliciano Ramos (*)

La tan mentada globalización de los 90 terminó siendo un nuevo orden y gobierno económico y político mundial, donde las multinacionales de los imperios deciden sin importar nada más que sus propios intereses, sumiendo a los países, especialmente los latinoamericanos, en proveedores de materia prima para que, del otro lado del globo terráqueo, se manufacture y vuelva a los mismos países proveedores de materia prima en mercadería con valor agregado que debemos comprar. Claro que los países donde producen esas mercaderías son países donde el derecho laboral no existe, ni hay sindicatos que defiendan sus derechos, ni conquistas laborales a defender, lo que convierte en elementos fabricados por trabajo esclavo (o cuasi esclavo).

En este orden mundial hay un solo poder: el de las corporaciones multinacionales imperiales; una sola moneda: el dólar estadounidense; un solo idioma: el inglés; una sola bandera: las megaganancias; un solo pueblo: el pueblo consumidor. El resto no existe.

Los gobiernos, en especial los latinoamericanos, parecen ciegos a esta realidad que hunde a sus poblaciones en la pobreza y, en vano, pretenden gobernando de la misma manera obtener un resultado distinto, amortiguar la pobreza y solo consiguen multiplicarla. Ninguno parece ver el perjuicio que este capital mundial ocasiona a sus enclenques economías.

Pasan los gobiernos y casi ninguno protege su economía ante el avasallamiento a sus industrias nacionales y el devastamiento de su naturaleza. En la cordillera de los Andes destrozan montañas enteras en busca de una treintena de tesoros sin que les importe contaminar el agua con cianuro (como ha ocurrido y volverá a ocurrir), además del daño ecológico de convertir una imponente montaña en desechos contaminados. Queda para los países solo ¡contaminación y destrucción! Megaminería igual a megadestrucción.

Y no solo la megaminería. Por ejemplo, a nuestro país, Argentina, la sojización está convirtiendo el territorio en una sabana verde. El desmonte de bosques nativos, sin ningún tipo de control del Estado nacional y muchas veces con la complicidad de los poderes provinciales y municipales de turno, está dando paso a la desaparición de la flora y fauna autóctona. Y, tal vez, no les importe a los poderes, pero este (el desmonte) es el paso inicial para la desertificación. Así solo se construye un futuro desierto, y si le sumamos las quemas, estamos construyendo el desierto futuro. Pero eso no le importa al orden económico mundial, solo las megaganancias.

Las importantes y cíclicas quemas de los humedales del río Paraná son una muestra que sufrimos todos los años. Están terminando con la flora y la fauna de los humedales. Hace 40 años atrás, si querías entrar en la isla, tenías que abrirte camino con machete, hacer lo que se llamaba una “picada”. Hoy vemos solo desolación y negocios donde antes había vida.

Soy de la época en que la isla era un territorio por explorar. Parecía un verde infinito, un entramado de árboles, arbustos, enredaderas, etc. Era un territorio lleno de rincones inexplorados donde solo los isleños convivían con la abundancia de esa agreste naturaleza, sin atreverse a causarle daño alguno. Donde la vida resistía nuestra crueldad y atropellos. La explotación agrícola-ganadera era impensada en aquella época. Los terraplenes no existían ni tampoco las quemas.

Hoy la isla necesita que la cuidemos, o por lo menos que no la dañemos; que respetemos su fauna y su flora, en fin, la vida que en ella vive y se multiplica.
Que frenemos las máquinas, sus desmontes y terraplenes; que impidamos el fuego; que no se permitan las armas y la caza por comercio y diversión; y que la pesca sea de manera que ahí las especies crezcan y se desarrollen.
En las bajantes todo se complica: los riachos se secan porque el lecho de ellos está más alto que la altura del río por la sedimentación acumulada. Esto hace que especies de peces que desovan en la tranquilidad de los riachos no puedan hacerlo, interrumpiéndose el ciclo de la vida.

Todo lo que se saquea en la megaminería, todo lo que se desmonta para sembrar soja, toda la ganadería desplazada a las islas por la sojización —todo, todo, todo— sale por medio de las terminales portuarias extranjeras y por el río Paraná, que también es agredido constantemente por sobredragados y mal manejo del material dragado, que lo han convertido en una “zanja o canaleta”, donde fuera del canal se hace difícil encontrar las profundidades naturales que tenía este gran río.

Otro capítulo aparte es la contaminación por glifosato y otros agrotóxicos, convirtiendo al río Paraná en el más contaminado de América. Y al sábalo en el pez más contaminado con glifosato del mundo: tiene los niveles de herbicida más altos del planeta.
En Lobos (Pcia. de Buenos Aires) hallaron pesticidas en pozos de agua y en escuelas. Leche, agua potable, frutas y verduras, además del agua de lluvia, contienen niveles de glifosato. La misma sangre de la población contiene glifosato. Los tanques de agua de tu casa contienen glifosato. En los juegos de una plaza en Lobos hallaron glifosato. En la harina hay glifosato. Todo esto fue observado según un estudio del propio Estado, el “Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca de la Nación”, según una denuncia del programa Telenueve Denuncia.
La incidencia del cáncer en la población por contaminación de agrotóxicos como glifosato y la presencia del mismo en la sangre de la población no ha sido estudiada, justo en la nación que permite contaminarte, enfermarte y matarte.
Hay un solo laboratorio a nivel nacional en la ciudad de Mar del Plata. Es sospechoso que justo en plena zona de explotación sojera no haya laboratorios que detecten estos pesticidas. ¿Por qué no hay más laboratorios en las ciudades de provincias como Buenos Aires, Santa Fe, Entre Ríos (que, entre paréntesis, es la provincia con más casos de enfermos por glifosato) y otras provincias también productivas como Corrientes, etc.? El Estado debe proveer en cada ciudad donde se siembre un laboratorio completo, a fin de medir niveles de glifosato en sangre de la población, en alimentos y todo lo que consumimos. Alguien debe cuidar a la población.

Todos: abuelos, padres, hijos y nietos con glifosato en sangre que te termina enfermando y matando, trabajes donde trabajes: jueces, policías, militares, políticos, productores agrarios y hasta los CEOs y trabajadores de las mismas multinacionales, contaminados con glifosato. ¿Y ni una sola medida para medir esa contaminación? ¿Nos están suicidando? ¿O nos estamos suicidando en masa? ¿Qué esperamos para protegernos?

El mundo cambió y sigue cambiando. La globalización de los años 90 ha mutado en un proteccionismo de Estado, y Argentina se quedó hundida en esa globalización. Debemos cambiar el rumbo rápido y poner todo el timón hacia el proteccionismo y la nacionalización de riquezas naturales y del comercio exterior. Debemos poner en marcha un país detenido y sometido por el poder económico y político. Debemos comenzar a navegar nuestros ríos y mares con nuestros buques; nuestra bandera debe navegar en todos los mares como ya lo hizo antes de los 90. Tenemos que bastarnos a nosotros mismos, con lo nuestro, con lo que tenemos. Volver a empezar, con lo nuestro, volver a nuestras raíces.

(*) Feliciano Ramos
Capitán Fluvial
Miembro del Foro por la Recuperación del Río Paraná

Author

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Verified by MonsterInsights