Por Sergio J. Coppoli (*)
Los ingleses son viejos enemigos que se presentan como grandes amigos. Raros amigos que nos han invadido varias veces, desde 1806 y 1807, hasta la nueva usurpación de Malvinas en 1982.
Pese a las derrotas que han sufrido, proclaman orgullosos: “Inglaterra vence siempre la última batalla”.
En este período histórico, se están cumpliendo centenarios: los quintos centenarios de la invasión europea a América y la llegada de las primeras expediciones de la corona hispana a estas tierras. Primero Solís, que ayunó y los indios comieron, según poetizaba Borges. Más tarde Sebastián Gaboto, fundador de la primera población europea en estas tierras, Sancti Spiritus y de los primeros abusos que sufrirían los pueblos de la zona. Sin olvidar a Magallanes, descubridor del estrecho de su nombre, ya conocido por los americanos desde milenios. Y también es tiempo de bicentenarios de hechos de la independencia, desde el levantamiento de Túpac Amaru hasta los próximos, los de las batallas de Ayacucho y Tumusla, que cerraron triunfalmente este período.
Los conquistadores llegaron a esta tierra con un lema tácito: “enriquézcase quien pueda”.
Venían a América para ser hidalgos o aumentar nobleza. Por esos blasones de nobleza lucharon entre sí: Jerónimo Luis de Cabrera, fundador de Córdoba, con Juan de Garay, fundador de Santa Fe. Abreu, gobernador de Tucumán, con Hernando de Lerma, fundador de Salta. Pizarro y Almagro, se enfrentaron en el Perú y corrió sangre, incluso la de ellos.
Pero, más que blasones, vinieron a buscar oro y plata. Colón en su diario, nombra muchas veces “el oro” y muy poco recuerda nombrar a dios. Y en esa ambición, Argentina tiene este nombre derivado de “argentum”, plata; y el Río de la Plata se llama así por creer que esta era la tierra de la plata, cuando el metal estaba en las montañas y valles andinos y subandinos. Pero fue el río y la región, por donde salía riqueza hacia los puertos españoles.
“Poderoso caballero es Don Dinero, nace en las indias honrado, viene a morir en España y es en Génova enterrado”, cantaba el poeta español Francisco de Quevedo.
El puerto de Buenos Aires creció porque permitía la protección de los metales preciosos contra los piratas ingleses. Desde los puertos de Perú, debía recorrerse un largo camino por el océano Pacífico, cruzar el estrecho de Magallanes y hacer otro largo trayecto hacia España por el Atlántico. ¡Gran oportunidad para los ingleses, en su afán orgullosamente piratesco de apropiarse del oro y la plata de América!
Por tierra venían los cargamentos de mulas hacia el puerto de Buenos Aires y de allí partían hacia España en un viaje marítimo más corto.
Los ingleses acompañaron, amablemente, toda nuestra historia y, como decía Moreno, había que desconfiar de ellos porque se fingían amigos para ser señores y entraban vendiendo para salir mandando.
Ese acompañamiento, es origen de la macrocefalia que tiene nuestro país, de esta Buenos Aires enorme. Buenos Aires era una ciudad pobre, en un territorio donde las ciudades del llamado interior eran mucho más importantes y más ricas: en Córdoba, Salta, Jujuy, lo que generaba el transporte de oro y plata hacia el puerto, enriquecía a sus sectores aristocráticos dentro de la estructura económica colonial.
La ruptura de lazos con la corona de España, dio oportunidad a los propietarios bonaerenses de tierras y vacas para establecer nuevos lazos y hacer añicos la declaración de 1816, que expresa ser independientes “de toda dominación extranjera”.
El “enriquézcase quien pueda”, fue heredado por nuestras clases dominantes nativas en general y más aún por las bonaerenses, cuyas riquezas eran tierras y vacas, y esas vacas nos ligaron a los Ingleses que “entraron comprando y vendiendo para salir mandando”.
Moreno falleció, más que sospechosamente, en viaje a Europa en un barco inglés; Belgrano fue obligado a participar en los primeros enfrentamientos entre porteños y caudillos del litoral y, abandonado, falleció en la pobreza. Güemes fue asesinado ante el abandono de Buenos Aires y la traición de las oligarquías de Salta y Tucumán. San Martín, abandonado por Buenos Aires y Rivadavia, debió partir a Europa. El Alto Perú fue desechado por Rivadavia, a quien no le molestaba que el Perú estuviera en manos de la corona. Así, de esta forma, dio inicio la fragmentación americana.
En todo estuvieron y en todo cosecharon los ingleses, interviniendo una y otra vez. No solo con las invasiones de 1806 y 1807, donde robaron el tesoro depositado en Buenos Aires y lo pasearon en triunfo por las calles de Londres, ocasión en que Belgrano proclamó el “amo viejo o ninguno”, definiéndose por “ningún amo”, ante los cantos de sirena de los invasores.
Su diplomacia, intrigas y perfidia marcó cada paso de nuestra historia, pero no fue suficiente: ocuparon nuestras islas Malvinas; iniciaron el bloqueo y la guerra del Paraná, con la Vuelta de Obligado y la Angostura del Quebracho, para forzar a su favor la libre navegación de los ríos; después amenazaron bombardear Rosario porque a Nicasio Oroño, gobernador de la provincia de Santa Fe, se le ocurrió que el banco de Londres no podía emitir moneda y lo podía hacer el banco de Santa Fe; luego, los empréstitos y los Remington que favorecieron a Roca en su campaña al “supuesto” desierto y el enriquecimiento de una oligarquía que lo hacía con solo mirar parir las vacas. Y los propios ingleses, incorporándose a esa oligarquía, porque a cambio de los empréstitos y Remington, se hicieron de muchas leguas de tierra.
Cuando los ingleses necesitaron carnes y cueros, moldearon una oligarquía que proveyera carnes para alimentar esclavos en las plantaciones algodoneras y azucareras, y cueros para correas de sus telares. Cuando necesitaron lanas para esos telares, moldearon un sector de oligarquía para proveerlos. Y cuando quisieron hacer convenios y tratados para su conveniencia y en desmedro de nuestra soberanía, siempre encontraron un Rivadavia que les garantizara libre navegación de nuestros ríos, un Miranda que aconsejara bombardear Rosario en beneficio de los bancos ingleses, un Roca para un tratado infame en una década infame, tratado que lleva su nombre nefasto junto al del pirata Runciman y un Foradori borracho, vicecanciller de Macri, que firme un tratado lesivo para nuestra soberanía en Malvinas.
En estos años, los americanos hemos aprendido que cuando nos unimos podemos ser vencedores, pero desunidos como pueblos o como naciones perdemos ante enemigos poderosos. No nos salvamos solos, eso del “sálvese quien pueda”, no vale para los pueblos y naciones americanas.
Con unidad popular, unidad nacional y unidad de la “patria grande”; con solidaridad y cooperación, grandes riquezas de nuestros pueblos americanos, se lograron grandes empresas. Y con esa unidad, solidaridad y cooperación, se va a derrotar a quienes se oponen a la “segunda independencia” de nuestros pueblos. La guerra de Malvinas, la guerra del Atlántico sur, demostró que esa unidad es necesaria y posible.
Inglaterra dice que siempre gana la última batalla. Y esto no es cierto, Inglaterra fue derrotada en las invasiones Inglesas y en la guerra del Paraná, en la Angostura del Quebracho; ocupó Malvinas hasta hoy, con los intervalos de la heroica lucha de los gauchos de Malvinas, con Rivero a la cabeza y el período de la guerra de 1982, con el heroísmo de nuestros soldados y suboficiales y oficiales patriotas. Las dos veces logró volver a usurparlas. Pero no ha ganado la última batalla, porque la última batalla aún no se disputó y la última batalla será de los pueblos y naciones oprimidas.
Para el 2 de abril del año pasado, escribí:
Mares inmensos del sur,
acunen los sueños criollos.
Lancen a los cuatro vientos,
valor patrio en un cogollo.
Incendien aguas y vientos,
nublen los ojos piratas,
arrasen todo su orgullo,
suban la bandera patria.
Volveremos, Malvinas, volveremos.
León Felipe cantó en “Vieja raposa”:
Abajo quedas tú, Inglaterra,
vieja raposa avarienta,
que tiene parada la Historia de Occidente hace
más de tres siglos,
y encadenado a Don Quijote.
Cuando acabe tu vida
y vengas ante la Historia grande
donde te aguardo yo, ¿qué vas a decir?
¿Qué astucia nueva vas a inventar entonces para engañar a Dios?
¡Raposa! ¡Hija de raposos!
Cuando abran sus puertas a los vientos del mundo,
cuando las abran de par en par
y pase por ellas la justicia
y la democracia heroica del hombre,
yo pactaré con las dos para echar sobre tu cara
de vieja raposa sin dignidad y sin amor,
toda la saliva y todo el excremento del mundo.
¡Vieja raposa avarienta, has escondido,
soterrada en el corral,
la llave milagrosa que abre la puerta diamantina de la Historia….
¡No sabes nada!
¡No entiendes nada y te metes en todas las casas
a cerrar las ventanas y a cegar la luz de las estrellas!
¡Y los hombres te ven y te dejan!
Te dejan porque creen que se le han acabado los rayos a Júpiter.
Pero las estrellas no duermen.
Tu imperio es solo una torre artificiosa de
ambiciones encadenadas
que se las llevará el viento como las cuentas
vencidas de un avaro monstruoso.
A la larga, la Historia es mía, porque yo soy el hombre
y tú eres sólo un trust de mercaderes.
Vieja raposa avarienta,
has amontonado tu rapiña detrás de la puerta,
y tus hijos ahora no pueden abrirla para que entren
los primeros rayos de la aurora del mundo…
Leon Felipe, “Raposa”
(*) Sergio Coppoli. Psicólogo. Miembro de Foro por la recuperación del Paraná.