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La escuela de cuadros de la independencia

Fuente: www.revistalanzallamas.com.ar

Mientras comenzaban a sonar los tambores de guerra de la emancipación americana, la independencia comenzó a forjarse en los claustros de una ciudad hoy casi olvidada por la historia oficial: Chuquisaca. En sus aulas y tertulias, jóvenes como Moreno, Monteagudo y Castelli se empaparon de las ideas ilustradas que luego prenderían fuego a los cimientos del orden colonial. Esta nota recorre el corazón intelectual de la emancipación: una revolución de ideas, protagonizada por una generación de cuadros forjados en la Universidad de San Francisco Xavier, que convirtió a Chuquisaca en el epicentro del pensamiento liberador de toda América.

¿Es posible entender el proceso de liberación americano del siglo IXX (o cualquier otro proceso de revolución)  solo desde el punto de vista militar o económico? Claro que no, o por lo menos no de manera completa abarcando toda su complejidad. Esta pregunta en realidad tiene como objetivo poder pensar otro plano de la liberación americana, el de la liberación de las ideas.

Y si bien está claro que no se gana una guerra sin balas ni ejércitos, y que detrás de las guerras subyace inevitablemente un choque de intereses económicos, de lucha de clases (que es lo que mueve la historia) no es menos cierto que es muy complejo pelear una guerra (y ganarla) sin tener claro por qué ideas se pelea.

Es más, difícilmente esas ideas puedan convocar a los protagonistas necesarios del cambio sino están preñadas de algún proyecto más o menos claro de futuro.

Tratar de entender momentos históricos aislados en el tiempo y de su contexto mundial puede ser un callejón sin salida, y pensarlo sin intentar captar las ideas predominantes puede transformarse directamente en una catástrofe interpretativa.

Estas concepciones nos convocan a la hora de intentar pensar el rol de los intelectuales, las instituciones que los formaron, y las expresiones políticas de esos pensamientos (como puede haber sido por ejemplo la prensa revolucionaria) en el proceso independentista de América

¿Cómo llegaban los jóvenes como Monteagudo, como Moreno o como Castelli, representantes de las ideas más radicales de la llamada “izquierda de mayo”, a tomar contacto con las lejanas ideas de la revolución francesa y el iluminismo europeo? Estamos hablando, para contextualizar, de tiempos de lentas comunicaciones y feroz censura monárquica y eclesiástica.

El rol de la Universidad

Sin duda que uno de los caminos era el de los libros, y el del contacto con algunos profesores alojados en centros de estudio. Pero hubo uno de esos centros de estudio que tuvo un rol central, el de la Universidad Mayor Real y Pontificia San Francisco Xavier de Chuquisaca.

La institución educativa a la que nos referimos es una universidad pública ubicada en Sucre, capital del actual territorio del Estado Plurinacional de Bolivia, ciudad que por entonces era denominada La Plata y pertenecía a La Real Audiencia de Charcas (oficialmente conocida como Audiencia y Cancillería Real de La Plata de los Charcas).

Fundada el 27 de marzo de 1624 por impulso de los sacerdotes jesuitas Juan Frías de Herrán, y Luis de Santillán, quien sería su primer rector. Herrán creó la Universidad sobre la base de un colegio jesuita, aprovechando el permiso real que permitía a estos colegios dar títulos académicos a sus alumnos. Impulsada por los jesuitas de La Compañía de Jesús, en sus comienzos estuvo dedicada a los estudios teológicos pero como sucedió en otras instituciones educativas regenteadas por la orden jesuita, la educación se extendía a otras áreas como “filosofía, lógica, física, literatura clásica y también una cátedra de ‘lengua índica’, donde se estudia ba aimara, quechua y guaraní.

En 1681 se agregaron los estudios jurídicos, inicialmente de derecho canónico pero pronto se extendieron a lo civil, con lo que la Universidad de Chuquisaca se convirtió en el principal centro de formación de abogado de una vasta región”, como explica Felipe Pigna en “La vida por la Patria”. Ideas jesuíticas como las del teólogo español Francisco Suárez (1548-1617), quien en su “Tratado sobre las leyes y sobre Dios legislador” afirmaba que la “potestad política otorgada por Dios como orden superior no corresponde a una persona determinada, sino que le toca de suyo a la comunidad establecer el régimen gubernativo y aplicar la potestad a una persona determinada, sobre la guerra justa de la rebelión frente a la tiranía”, antecedieron a las ideas de la ilustración y tiñeron parte de la enseñanza incluso en las colonias.

En 1767 fue expulsada la orden jesuítica por el rey Carlos III. La orden se había transformado en una corriente cada vez más profunda de cuestionamiento del absolutismo en Europa. Con su expulsión de los feudos coloniales y su salida de la Universidad se produjo un cambio de rumbo de la casa de altos estudios, pero nunca se alejó de su espíritu crítico y sus sedimentos vendrían a reavivarse algunas décadas después con la llegada de las ideas antimonárquicas de la ilustración.

Como explica Javier Mendoza Pizarro en su trabajo “La Universidad de San Francisco Xavier en los sucesos de 1809 en el Alto Perú”, mientras en Chuquisaca se mantenían los corsets ideológicos de la iglesia, iban floreciendo en Europa las ideas de la Ilustración que daban lugar a nuevas formas de interpretar el derecho. Esto empujó a que durante la segunda mitad del siglo XVIII se establecieran en España diferentes academias dedicadas a los estudios jurídicos siguiendo esa nueva orientación. De una de ellas, que funcionaba en La Coruña, egresó don Ramón de Rivera y Peña, que emigró hasta Chuquisaca, donde fundó en 1776 la Academia Carolina.

La nueva institución comenzó a funcionar dentro de la Universidad de San Francisco Xavier, aunque dependiendo de la Audiencia en cuestiones importantes como la designación de los profesores y del presidente de la Academia, que debía ser siempre un oidor (funcionarios de la corona española que se centraban en lo relacionado a la administración de la justicia).

Desde 1776 a 1809 se formaron en Charcas por lo me nos 362 abogados, que fueron conformando una masa crítica intelectual ilustrada que fue parte fundamental de las guerras independentistas, lo que el historiador francés Clément Thibaud denominó una “escuela de cuadros para la independencia

El historiador francés incluso hace en su estudio una lista de “miembros de la escuela de cuadros” que luego ten dría incidencia directa en el proceso revolucionario. “Bernardo Monteagudo, Mariano Moreno, Juan José Castelli, Jaime Zudañez (quien se encuentra entre los presuntos autores del manifiesto escrito en Chile en 1810 ‘Catecismo político cristiano’ y fue asesor de O›Higgins), o el 35% de los miembros de la junta insurreccional de La Paz en 1809, tres miembros de la junta de Buenos Aires en 1810, al menos 13 de los 31 diputados que proclamaron la independencia argentina en 1816”.

La Academia Carolina

El prestigio alcanzado por la modernización que implicó el desarrollo de la Academia Carolina se esparció por toda la América del Sur y atrajo a estudiantes de todas las latitudes en busca de la excelencia educativa y la formación en el derecho. La Audiencia de Buenos Aires no se fundó hasta 1785, y no fue hasta 1791 que se creó en Córdoba una facultad de derecho, pero ninguna de ellas alcanzaría la influencia de Chuquisaca.

La entrada a la universidad no era sencilla, no solo por condiciones económicas, sino por el carácter elitista de la misma. En la etapa posterior a la expulsión de los jesuitas se habían levantado algunas barreras de ingreso argumentando que durante ese período habían estudiado allí “toda clase de personas”. Es decir: mestizos, caciques indios y expósitos cuya “pureza de sangre no pudo ser probada”.

Es por eso que era muy común que estudiantes como Monteagudo, sin halos de nobleza, llegasen apadrinados a la casa de estudios.

Fueron las bibliotecas de algunos de los clérigos de la época, oidores, y profesores con nuevas ideas, las que con libros salvados de las hogueras y la censura, alimentaron la curiosidad y la sed de conocimiento de personajes como Mariano Moreno o Bernardo de Monteagudo.

Así como el joven Mariano Moreno, que luego tendría un rol fundamental en la Revolución de Mayo y fundaría La Gazeta de Buenos Ayres, se metió de lleno en los textos de Montesquieu, DÀguessau o Reynal (entre otros), gracias a la biblioteca del canónigo Matías Terrazas. Monteagudo disfrutaría de la invalorable lectura de las nuevas ideas en la biblioteca del oidor Ussoz y Mozi. Se conoce con certeza que circulaban obras como “El Contrato Social” de Rousseau o “El Espíritu de las Leyes” de Montesquieu, al igual que las de Locke o Diderot.

Según relata Manuel Moreno, hermano y biógrafo de Mariano: “Todos los mejores autores de Europa en cuanto a política, moral, religión, historia, etc. que pasaban de tiempo en tiempo por las severas prohibiciones del despotismo inquisitorial hasta Buenos Aires, terminaban en el Perú donde eran mejor recibidas, ya sea por el mejor precio a que se vendían, o porque el espionaje era menos severo allí, porque los responsables de entorpecer la circulación de tales obras les solicitaban que las colocaran en su biblioteca”. Moreno, 1812.

Ideas argentinas

Sobre la relación del clero americano con las nuevas ideas, y desde allí con las nuevas generaciones que iban anidando las semillas de la libertad americana, quien da una clara explicación de esa dinámica es José Ingenieros (médico, polí tico y periodista socialista) en su libro “La evolución de las ideas argentinas”, publicado en 1918, explicando cómo era esa relación en los distintos “estratos” de la iglesia, y cómo se iba conformando “el clima de época”:

 “La revolución argentina –y, en general la americana, pues ‘expulsados los jesuitas y relajadas las órdenes monásticas, el cetro literario pasó a manos de clérigos nacidos en Ámérica… que fueron el centro de las nuevas tendencias, escogiendo como medio adecuado el cultivo de las letras profanas’- tuvo el concurso de los nativos que en busca de una carrera liberal habían entrado al sacerdocio y se veían defraudados en su adelanto profesional por la situación de privilegio en que se hallaban los altos dignatarios, peninsulares todos. ‘Si la parte más numerosa y humilde del clero americano no fue hostil a la revolución, no puede decirse lo mismo del clero superior, de los obispos y arzobispos, entre los cuales no hubo uno solo, desde el Istmo hasta el Cabo, que no permaneciera leal a Fernando VII y a la bandera de la monarquía… Todos conocemos el rasgo de audacia que salvó a nuestra revolución en territorio cordobés’: la cabeza de la reacción española fue el obispo Orellana y a punto se estuvo de suprimir esa cabeza

Inglaterra había mandado a Buenos Aires, desde 1795, un agente secreto, real o supuesto fraile dominico, que es tuvo algunos años alujado en el convento con propósitos confesados de espionaje; en un panfleto que dio a luz en Londres a su regreso, en 1805, dice ‘que notó en la juventud mucha exaltación y odio contra la dominación española, no garantiéndoles la vida a los partidarios del rey y prometiendo colgar al último de ellos con las tripas del último fraile, como era la frase aceptada del republicanismo francés’”.

La Universidad se transformó en forjadora de juventudes revolucionarias y allí macerarían las ideas que luego da rían base intelectual a la gesta emancipadora. Transformada en la meca de las nuevas ideas a la que peregrinaban jóvenes de todo el Virreinato, la Universidad, y por tanto la ciudad, no tardó en transformarse en un hervidero de concepciones revolucionarias, que pronto tendrían su bautizo de fuego con la revuelta de 1809, la antesala de la Revolución de Mayo.

Vale una aclaración. Comúnmente se cita a la ilustración europea y a la Constitución de los Estados Unidos (un modelo que tiñó incluso algunos de los documentos fundacionales de la patria) como antecedentes “ideológicos” de los revolucionarios de Mayo, algo que si bien es cierto, es por seguro una concepción in completa.

Esta idea deja fuera de análisis un factor determinante en la conformación de las ideas revolucionarias de la época, como lo fueron los antecedentes de las rebeliones ocurridas durante toda la conquista con el protagonismo de los pueblos originarios. El estallido de Chuquisaca de 1809, que se cita como “el primer grito independentista”, tiene sus raíces en “otros gritos”, los de los pueblos que resistieron desde el comienzo la invasión española con gloriosos capítulos de resistencia y triunfos frente al colonialismo.

Los pueblos originarios, a los que se sumarían después los negros esclavizados traídos a América y los criollos ex pulsados de la tierra, dejaron una huella rebelde que llega hasta nuestros días y que sin dudas marcaron internamente gran parte de las ideas de los principales líderes revolucionarios de Mayo, como puede leerse incluso en los documentos y planes de gobierno escritos por Belgrano, Moreno, Castelli, Monteagudo y hasta el mismo General San Martín.

La revolución de los doctores (La otra revolución de mayo)

Volvamos a Chuquisaca. Como un ágora europea, la ciudad se constituyó en un foro de discusión sobre cuestiones jurídicas pero también filosóficas y por supuesto políticas. El cuestionamiento al origen de la autoridad de los monarcas, el derecho a la soberanía popular y otras ideas núcleo, corrían como regueros de pólvora. “En el seno de una élite de estudiosos se creó una comunidad homogénea por el conocimiento y el interés por la especulación, más o menos jerarquizada, y cuyos lugares de encuentro vieron nacer los inicios de una sociabilidad de tipo democrático (tertulias, salones académicos, etc.)…”, afirma Clément Thibaud en su trabajo “La Academia Carolina y la independencia de América”, quien continúa diciendo que “la conversación tenía una importancia decisiva para la circulación de las ideas locales, y desdramatizaba las opiniones ‘avanzadas’ por el hecho mismo de que no se podía hacer una amplia difusión de ellas.

Los intelectuales charqueños se opusieron a sus concepciones sólo verbalmente, límite que no es muy incapacitante si recordamos la extrema concentración de las élites norteamericanas. Por lo tanto, la práctica de la carta abierta y la lectura de la disertación en público juegan un papel muy importante en este contexto”.

El fermento revolucionario que se fue gestando entre la intelectualidad de Chuquisaca comenzaba a dar vida a lo que luego se llamó “la revolución de los doctores”, el primer grito criollo de independencia de América del Sur que tuvo lugar un 25 de mayo de 1809, un año exacto antes de nuestra conocida revolución de mayo.

Entre los oidores, los profesores y alumnos universitarios, comenzaba a cundir la insurgencia que se iba organizando (como sería a lo largo de todo el proceso independentista americano) en logias secretas que, en algunos casos, actuaban como verdaderos partidos revolucionarios de vanguardia.

La Sociedad de Independientes era el nombre que la organización había adoptado en Chuquisaca, y era conforma da por los sectores intelectuales, teniendo gran influencia en la conformación del Estado y en la introducción de sus miembros en las estructuras gubernamentales, de la justicia y militares.

Javier Garin, en su libro “El discípulo del diablo” explica que “aprovechando el influjo de la Universidad, cooptaba entre los estudiantes a sus cuadros juveniles para que, al graduarse y regresar a sus ciudades de origen, diseminaran por toda América el espíritu de la subversión.

Pertenecían a ella Moldes, Monteagudo, Lemoine, Michel, Mer cado, Alzérreca, Álvarez de Arenales, Sibilat, Malavia, los Zuldáñez y otros futuros patriotas. Casi con seguridad, eran agentes de este núcleo duro en la capital del Virreinato los graduados Mariano Moreno y Juan José Castelli, a quienes pronto tendremos oportunidad de ver en acción, del mismo modo que le reportaba en Quito el patriota ecuatoriano Manuel Rodríguez de Quiroga, también egresado de Chuquisaca”.

El historiador Gabriel René Moreno asegura que “los alumnos en Charcas, tenían sus reuniones secretas a las que concurría un grupo de elegidos iniciados y que fraternizaban entre sí con el vínculo de la más perfecta unidad de ideas y sentimientos contra la metrópoli”.

Y la “sociedad de los independientes” tuvo su oportunidad en 1809 ante las pretensiones de José Goyeneche, enviado desde España por la Junta de Sevilla, con pliegos de instrucciones para asegurar la fidelidad de las colonias al recientemente depuesto rey Fernando VII, pero también con acuerdos con la Infanta Carlota Joaquina, hija de Carlos III, hermana de Fernando y Reina de Portugal con sede en el Brasil, quien tenía pretensiones sobre las posesiones españolas.

Estas pretensiones eran rechazadas por las colonias, y fueron aprovechadas por “los doctores” para, en nombre de la fidelidad al rey de España, azuzar el espíritu independentista que comenzaba a crecer en el Virreinato.

La inmediata reacción del pueblo, que comandado entre otros por Monteagudo, dio inicio a la Revolución preparada desde antes por los alumnos y abogados de la Academia Carolina. Sobre el suceso, el historiador René Moreno dice: “Y su cedió lo que quería y esperaba que sucediese; alborotóse el pueblo, de por sí levantisco y en la ciudad hubo gran movimiento de gente que acudía a la plaza principal y a la Audiencia. Muchos se subieron a los campanarios y comenzaron a echar a vuelo las campanas; otros prendían fogatas en las calles. Desde la Audiencia disparaban cañonazos y descargas de fusilería para amedrentar al pueblo.

Pizarro ordena la libertad de Zudáñez, pero ya el pueblo se había amotinado y atacaron la Audiencia y tomaron pre so a Pizarro; salió éste escoltado por la muchedumbre y conducido por los revolucionarios…”

Luego de la revuelta que depuso al presidente de la Audiencia, del claustro universitario fueron enviados a la ciudad de La Paz como emisarios: el Dr. Manuel Moreno a Buenos Aires, el Dr. Bernardo Monteagudo a Potosí, el Dr. Alzérreca a Cochabamba, el Dr. José Manuel Lemoine a Santa Cruz y el Dr. Mariano Michel a La Paz, quienes lan zaron la “Proclama de la ciudad de La Plata a los valerosos habitantes de la ciudad de La Paz“, llamando a la rebelión abierta contra el yugo español.

La revolución de los doctores sería sofocada cruelmente, por la traición de algunos sectores que querían que los cambios no fuesen tan profundos ni de un rasgo tan popular como el que insinuaban los rebeldes patriotas, y por la todavía precaria organización revolucionaria, pero la mecha independentista no volvería a apagarse y se esparciría por toda América, que entraba así en una nueva fase: la de la liberación.

En una época como la actual, donde se intenta prohibir libros en las escuelas, se desfinancia la educación y se pauperiza el trabajo de los educadores, recordar y repetir su prédica de la ilustración como arma liberadora de los pueblos es una obligación moral para aquellos que soñamos con un pueblo soberano y dueño de su destino. La tarea de descolonizar las cabezas para descolonizar a la patria, es uno de sus más valiosos legados que debemos retomar en la tarea de la “docencia patriótica” que reclama nuestra hora. Finalmente, hoy se revela más actual que nunca su labor en la construcción de la unidad americana frente a las divisiones que planifican y concretan diariamente los imperialismos y sus lacayos locales para avanzar en el saqueo de nuestras riquezas. Reformulando las palabras que algunas vez pronunció Ernesto Che Guevara, hoy más que nunca es necesario crear una… dos… tres… ¡mil!… “Chuquisacas y Sociedades Patrióticas” que den nacimiento a miles de Belgranos, Monteagudos, Castellis o Morenos,  que aporten sus ideas para parir el futuro que soñamos.

Fragmentos del libro “¿Por qué volver a Monteagudo?, de Germán Mangione (*)

(*) Periodista, integrante del Foro por la Recuperación del Paraná y Encuentro Federal por la Soberanía

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HISTORIA INDEPENDENCIA

Hasta romper todas las cadenas

Por Facundo Guerra (*)

1816

La revolución atravesaba una situación crítica. Tras la derrota de Napoleón en la batalla de Waterloo, retornaban los reyes absolutistas, entre ellos Fernando VII en España, decidido a restaurar su dominio sobre las colonias americanas. En el continente, habían sido aplastadas las revoluciones en México, Caracas, Quito, Nueva Granada y Chile, y el Ejército del Norte, al mando de Rondeau, había sufrido su peor derrota en Sipe-Sipe. Es interesante pensar en los contextos difíciles para la lucha revolucionaria que nada es imposible cuando el pueblo ubica que hay un verdadero proyecto emancipador. “Al pueblo que quiere ser libre, no hay poder humano que lo sujete” (Güemes).

Sean eternos los laureles

Manteniendo encendido el fuego del sur, Artigas había recuperado la Banda Oriental y, en 1815, declaraba la independencia en el Congreso de los Pueblos Libres. Mientras tanto, Gaspar Rodríguez de Francia sostenía la resistencia en Paraguay. La revolución se mantenía viva gracias a la heroica resistencia de Güemes y los pueblos del Alto Perú, que llevaron adelante la famosa guerra de guerrillas. Los gauchos e indígenas “infernales” detuvieron siete invasiones realistas. De los cien caudillos que lideraron la “Guerra de las Republiquetas” (Azurduy, Padilla, Arenales, Warnes, Cumbay, Camargo, entre otros) sobrevivió menos de una docena. De los dos mil afrodescendientes que integraron el Ejército de los Andes, regresó menos del 10 %. “Un día se sabrá que nuestra patria fue liberada por los pobres, y los hijos de los pobres, nuestros indios y los negros, que ya no volverán a ser esclavos de nadie” (San Martín).

Traidores a la Patria I

Ante la ofensiva realista, la élite criolla (que solo aspiraba a romper los lazos con España pero mantener intactas las estructuras de explotación feudal y esclavista) buscó múltiples formas de entregar la revolución al mejor postor. Alvear, siendo Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata, llegó a ofrecer estos territorios como colonia al Imperio británico. No fue el único intermediario: también hubo negociaciones con portugueses, franceses y otros poderes imperiales. Esta tradición cipaya y vendepatria, lamentablemente, conserva una profunda y persistente continuidad histórica.

Congreso de Tucumán

La corriente combativa presionaba para declarar la independencia. San Martín escribía al diputado por Mendoza: “¿Hasta cuándo esperaremos para declarar nuestra independencia? ¿No es cosa bien ridícula acuñar moneda, tener el pabellón y escarapela nacional y, por último, hacer la guerra al soberano de quien se dice dependemos, y permanecer a pupilo de los enemigos?”. En el Congreso, Belgrano propuso establecer una monarquía dirigida por los descendientes de los incas, consideraba a parientes de Túpac Amaru, el líder de la gran revuelta contra el imperio español. El 9 de julio se firmó la declaración de independencia de España, y el día 19, en sesión secreta y ante la presión de San Martín y Güemes, se agregó la fórmula “y de toda otra dominación extranjera”, cerrando el paso a los invertebrados de la dependencia. El Congreso no fue solo una declaración política: terminó de otorgar el respaldo central (en soldados y recursos) al plan continental de San Martín, con la creación del Ejército de los Andes, un ejército interterritorial e intersectorial, compuesto por argentinos, chilenos, originarios y afrodescendientes. También esbozó la posibilidad de un gobierno de los Estados Unidos de América del Sur, anticipando, años más tarde, la propuesta de Patria Grande impulsada por Bolívar.

Revolución inconclusa

La izquierda de Mayo tenía un proyecto de Nación verdaderamente independiente. “Seamos libres, que lo demás no importa nada”, pensaba San Martín, soñando una independencia de toda dominación extranjera. Una independencia que pusiera fin al régimen autoritario de unos pocos, tal como advertía Moreno: “No se trata de mudar de tiranos, sino de destruir la tiranía.” Una Nación que fomentara la industria y distribuyera la tierra, como proponía Belgrano: “No exportemos cuero, sino zapatos.” Una Nación federal, sin esclavitud y con igualdad, donde “los más infelices sean los más privilegiados”, como sostenía Artigas. Sin embargo, ese proyecto integral fue derrotado por la élite criolla terrateniente y feudal, que bloqueó el desarrollo de una Nación verdaderamente soberana y moldeó el país sobre las bases del latifundio y la dependencia.

Traidores a la Patria II

Existe una línea histórica de traición que va desde Rivadavia y Alvear hasta Milei. El actual presidente aglutina la peor tradición cipaya. El año pasado, habría declarado: “El mejor recurso para defender nuestra soberanía es reforzar nuestra alianza estratégica con Estados Unidos.” Lo dijo en presencia de la generala norteamericana Richardson, quien afirmó que nuestra región es importante por el litio, el agua y las tierras raras, como quien se relamía ante el bocado. Con el fascismo dependiente de Milei vuelven a emerger los planes de colonia que intentaron llevar adelante sus antecesores vendepatrias. Las muestras son múltiples: I) Enviar la recaudación de oro a los bancos de Inglaterra, ¡del país ocupante e invasor de parte de nuestro territorio! II) Nueva escalada y entrega del patrimonio nacional a través de privatizaciones y del RIGI, que le otorga beneficios sin precedentes a los capitales extranjeros para el saqueo de nuestro territorio y riquezas, lo que hace crecer la disputa entre las potencias imperialistas. III) Reducción de aranceles a las importaciones, que quiebra la industria nacional y las economías regionales, dejando a Tierra del Fuego como una zona inviable para la producción, pareciendo cumplir una promesa secreta con la generala Richardson. IV) Reforzar el endeudamiento externo con las estafas del FMI; Argentina debe pagar más de 10 mil millones de dólares anuales, equivalente a la construcción de 200 mil casas por año. V) Y, sobre todo, como quedó demostrado el último 2 de abril, legalizar la ocupación en Malvinas al reconocer el derecho de autodeterminación de los kelpers. Finalmente, es sumamente preocupante que el presidente ate a nuestra Nación a los planes e intervenciones genocidas que están llevando adelante Estados Unidos e Israel.

Concluir lo inconcluso

En 1947, Perón realizaba un acto en la Casa de Tucumán para declarar la independencia económica, con el objetivo de “romper los vínculos dominadores del capitalismo foráneo enclavado en el país”, porque, como decía el líder justicialista, “sin independencia económica no hay posibilidad de justicia social.” Sin embargo, casi ochenta años después, la declinación de la soberanía avanza. La dependencia penetra cada poro de nuestra sociedad: deforma la economía, saquea nuestras riquezas y busca colonizar nuestras mentes. La consecuencia es clara: desigualdad, hambre y pobreza. Esta dependencia se estructura en base a un sistema oligárquico e imperialista, sostenido por instituciones podridas, como ha quedado en evidencia con la proscripción de la presidenta del PJ. En el marco de la crisis del sistema global, es una forma de dependencia atravesada por diversas expresiones de fascismo y guerras. Clara Zetkin, la gran dirigente comunista, presagió: “El fascismo no es más que la expresión de la desintegración y decadencia de la economía capitalista”. Milei es producto de esa decadencia, pero en su versión de barbarie fascista dependiente. La reacción del capital solo podrá ser frenada por la reacción popular. Como sostuvo Mao: “la revolución impide la guerra, o la guerra trae la revolución”. Parafraseando a Gramsci, hay que hacer nacer lo nuevo para terminar con los monstruos de la dependencia. No hay posibilidad de independencia económica sin soberanía política, y no hay soberanía política sin una segunda y definitiva independencia integral. Como en 1810, la salida no germinará en los palacios, sino en las calles. Hagamos realidad los sueños de los patriotas de Mayo.

(*) Licenciado en sociología. Secretario del PCR de Mendoza

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HISTORIA INDEPENDENCIA LIBROS

Monteagudo: intelectual revolucionario

Por Germán Mangione (*)

“El que con la espada, la pluma o el incensario en la mano conspira contra el saludable dogma de la igualdad, éste es el que cubre la tierra de horrores y la historia de ignominiosas páginas”. Bernardo de Monteagudo, “Continúan las observaciones didácticas”, La Gazeta (21 de febrero de 1812)

Hace doscientos años, un 28 de enero de 1825, en una callejuela del Lima (Perú) se apagaba, o al menos eso creían, la llama de la pluma más filosa de la revolución americana. Ese día era asesinado por encargo Bernardo de Monteagudo, el intelectual revolucionario que siguiendo los pasos de Mariano Moreno llevó a través de toda la América “mestiza” la prensa independentista y la propaganda revolucionaria con la síntesis de las mejores ideas de libertad y soberanía popular que, germinadas por la concepciones de la ilustración antimonárquica y anti feudal europea, se fundían con la experiencia de los pueblos originarios y las clases oprimidas que pugnaban por liberarse a lo largo del continente.

En su breve pero intensa vida política y periodística (que en personajes como Monteagudo, precursores de lo que hoy los sectores más reaccionarios denominan despectivamente “periodismo militante”, no son más que dos dimensiones de la misma perspectiva) estuvo siempre a la par de los grandes héroes Libertadores de América y protagonizó, desde su rol de intelectual al servicio de la independencia. 

¿Por qué volver a Monteagudo? 

Pasó desde las primeras revueltas de Chuquisaca en 1809, por las campañas del norte posteriores a la “Revolución de Mayo” junto a Castelli, para luego integrar los primeros gobiernos patrios en Chile y luego en el Protectorado sanmartiniano en Perú, siendo pieza indispensable para en tender la Asamblea del Año XIII, y sentando las bases de los posteriores proyectos constitucionales, hasta ser la pluma que San Martín y O’Higgins eligieron como espada de las ideas en sus campañas para liberar Chile y Perú, y Simón Bolívar en su proyecto de unión de los pueblos americanos.

Dueño de un intelecto que obnubilaba a quien se cruzara en su camino, su pasión por la libertad americana y las ideas de la revolución le granjearon una innumerable cantidad de enemigos y detractores.

Convencido de que en los momentos decisivos de la historia la práctica política es a todo o nada, que las medias tintas son en esos casos no solo impotentes de transformación sino el mejor camino para la victoria de los enemigos de la libertad de los pueblos, no dudó en hacer lo necesario, o lo que las organizaciones revolucionarias de entonces consideraban necesario y le ordenasen hacer, contra aquellos que intentaban por intereses extraños a la patria, intereses propios, comodidad o simple cobardía, atemperar las llamas de la liberación.

Estudioso y partidario del rol central de la educación y la formación en el camino liberador de los pueblos, fue forjando su pensamiento a lo largo de su vida política. Pero no solo alimentado de libros y grandes pensamientos precedentes, sino de la amalgama de esas ideas con la práctica real de la construcción revolucionaria, lo que hace de su pensamiento y su legado un manantial de enseñanzas que trascienden su tiempo y llegan hasta nuestros días como un tesoro para quienes anhelamos la definitiva independencia de nuestras naciones frente a los intereses de las grandes potencias extranjeras.

Su vasto arco de pensamiento y desarrollo de ideas y su pulsión de estar donde la historia se está escribiendo, generan un sinnúmero de posibles abordajes biográficos. Muchos de esos abordajes ya han sido realizados con antelación a este intento, y con muy buenos resultados.

En nuestro caso, la mirada sobre Monteagudo, su vida, su acción y su pensamiento, está posada sobre su rol de intelectual de la revolución en América. Dicho rol ha quedado, no casualmente, muchas veces escondido a la sombra de las grandes figuras de nuestras revoluciones, o detrás de relatos que fuera de tiempo y contexto sobredimensionan episodios polémicos muy difíciles de entender con miradas de este tiempo y aislados del momento en que se desarrollaron.

Recuperar la trayectoria y los escritos del joven tucumano, un ciudadano de América toda, es no solo una reivindicación histórica sino esencialmente la posibilidad de brindar herramientas para pensar el rol de los intelectuales en los procesos de liberación nacional y social tan urgentes en nuestro tiempo. En su figura se condensa además un tipo de intelectual revolucionario en particular, el de aquel que se compromete a riesgo de su vida misma en los procesos que estudia e intenta comprender para sintetizar y transformar.

Un intelectual, un periodista, un propagandista, un político, al que le quema el corazón no solo por explicar y relatar las injusticias que observa e interpreta, sino por crear y poner en práctica las ideas y herramientas necesarias para transformar esa realidad y extirpar para siempre esas injus ticias. Ese fue Bernardo de Monteagudo.

¿Por qué recuperar ahora a Monteagudo?

Hoy nuestro país asiste al avance de lo más concentrado y reaccionario del poder oligárquico y colonial, personificado en los representantes directos de los principales imperialismos que se disputan el mundo, y de sus lacayos locales.

Vemos cómo avanzan imponiendo su plan económico de saqueo y extranjerización de nuestros bienes comunes, y para hacerlo han logrado una lógica colonizada de pensamiento que da sostén cultural e ideológico a ese plan, que en esta oportunidad y ante el fracaso de otras corrientes políticas, ha logrado penetrar en grandes sectores de nuestra sociedad.

Es por esto que para pensar cualquier proyecto de país que pueda lograr la felicidad de nuestro pueblo es necesario más que nunca concebir una nueva y definitiva “feliz revolución de las ideas”, como conceptualizó Mariano Moreno a la Revolución de Mayo de 1810.

En la lucha emancipadora, antes y ahora, indudablemente es primordial descolonizar nuestras cabezas, para allanar el camino de la liberación de nuestra patria.

Así lo entendieron, y actuaron en consecuencia, muchos de nuestros patriotas de mayo, entre quienes se encontraba ese inigualable intelectual revolucionario de la independencia, Bernardo de Monteagudo, que construyó allí, en el periodismo, la educación y la propaganda revolucionaria, su principal trinchera de lucha y aporte a la causa independentista.

Así nos lo necesitamos plantear hoy quienes anhelamos un futuro construido sobre una patria justa, libre y soberana.

Así también lo entendieron y lo entienden siempre los enemigos de la patria que trabajan de forma incansable para imponer sus intereses no solo con la fuerza, sino conjuntamente asentados sobre el control y la “imposición de las ideas”.

Lejos de una mirada nostálgica, rescatar la obra y sobre todo la vida de personajes como Monteagudo es poner la mirada en el futuro que queremos construir, un futuro en que las ideas y los intelectuales estén comprometidos en cuerpo y alma con la liberación de nuestra patria y la construcción de una Argentina justa y soberana

https://www.instagram.com/p/DFXjYResQT3/

*Fragmentos de la introducción del libro ¿Por qué volver a Monteagudo? de Germán Mangione.

Nota publicada en Rosario/12

 

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HISTORIA INDEPENDENCIA

 A 200 años de la Batalla de Ayacucho. Por la segunda y definitiva independencia

Por Luis Molinas (*) 

Este 9 de diciembre se cumplen doscientos años de la Batalla de Ayacucho. 

El combate, que culminó el largo proceso de liberación de América del Sur de la dominación española.

En 1824, habían transcurrido más de 300 años desde la conquista. 

300 años de crueles matanzas y brutal opresión de los pueblos originarios.

Y por eso mismo, 300 años de resistencia y lucha permanente por la libertad.

Finalizando el siglo XVIII, en 1770, se desató la más formidable de esas insurrecciones bajo el mando del cacique TUPAC AMARU, José Gabriel Condorcanqui, que alcanzó a la mayor parte de América del Sur. Mas de 100.000 hombres y mujeres sublevados/as  hirieron profundamente el dominio español, particularmente en los virreinatos del Perú y el Rio de la Plata.

La sublevación profundizó al máximo la resistencia de otros sectores criollos y negros, también sometidos. Nada fue igual después del grito final: “Volveré y seré millones”.

La lucha siguió con picos como la insurrección de Chuquisaca (Sucre) el 25 de mayo de 1809, seguida de la de La Paz (16 de julio), ambas en el Alto Perú, hoy Estado Plurinacional de Bolivia.

También el territorio actual de Perú fue sacudido por una serie de alzamientos. En 1811 en Tacna se subleva Fco. De Zela, en 1812 Huánuco se levanta bajo las órdenes de un originario (Ara) y en 1814  se conmueve el Cuzo con los Pumacahua.  Y la declaración de la independencia de Cangallo.

Casi quince años de lucha sin tregua del pueblo peruano. De sus hombres y sus mujeres: Micaela Bastidas (al mando de tropas), Brígida de Ochoa, Ventura Ccalamaqui (originaria),  María Parado de Bellido (mártir), entre las miles de ignoradas por la historia.

A lo que se suma el desembarco en Paracas del Ejercito Libertador argentino chileno al mando del General San Martin que acelera el proceso independentista.

Primero Lima y después  Cuzco, los bastiones  del imperio español, herido por las luchas en su territorio de los liberales de Riego contra Fernando VII y los invasores franceses, tambalean.

Bolívar y Sucre, triunfantes en la Gran Colombia, desde el norte. Los restos del Ejército Libertador por el Este. Y la lucha de republiquetas de los 200 caudillos del Alto Perú (Güemes, Juana Azurduy, Warnes, los Lanza, etc), que presionan desde el sur.  Obligan a las tropas de élite del imperio español, veteranas de las guerras europeas a presentar las batallas decisivas.

Primero en Junín el 6 de agosto de 1824, donde se produce una gran victoria. A 4000 m sobre el nivel del mar, en las alturas de donde salió a raudales el oro, la plata, el mercurio, para mantener el atrasado feudalismo español.

Para volver a encontrarse los ejércitos patriotas y realistas en los alrededores de la centenaria ciudad de Ayacucho. Entre 6000 y 8000 hombres por bando. El patriota con 4000 combatientes de la Gran Colombia, 2000 peruanos, 1000 chilenos, unos pocos centenares de argentinos y un puñado de voluntarios ingleses con el General Miller.

Allí se logró el triunfo que aseguró la independencia de América del Sur del imperio español. Si bien la guerra tendrá todavía algunos episodios como la batalla de Tumusla (Potosi) el 1 de abril de 1825, la caída de los puertos del Callao y Chiloé (1826) , el levantamiento de Aguilera en Vallegrande en 1828.

Habían sido necesarios 300 años de resistencia y quince años de guerra sin cuartel para que los ejércitos de criollos, originarios y negros, derrotaran el poder de una de las más poderosas potencias del planeta, el reino de España.

La traición

Los pueblos exhaustos, la mayor parte de los dirigentes revolucionarios muertos, algunos asesinados como Sucre y Moreno, otros perseguidos, desterrados o aislados como Castelli, Belgrano, Juana Azurduy.

Los originarios y los negros de nuevo a la mita y el trabajo casi esclavo, las mujeres a la doble opresión.

Mientras son  promovidos generales que hasta ayer nomas eran oficiales de los sanguinarios ejércitos españoles, como Santa Cruz. Los grandes dueños de la tierra y los agentes de las nuevas potencias europeas como Inglaterra y luego EEUU, garantizaran las nuevas dependencias.

No sin lucha y resistencia. No sin combates por la soberanía y un desarrollo económico e industrial independiente, como el Paraguay de los López y de Francia, la Revolución boliviana de 1952 con la expropiación de las minas y las reformas educativa y agraria, el modelo de desarrollo de los mejores años de Perón en nuestro país, la revolución cubana, etc.

Sin embargo hoy, a doscientos años de Ayacucho, nuestros pueblos americanos siguen esclavizados a modelos económicos y políticos subordinados en lo fundamental como proveedores dependientes de materias primas para las grandes potencias, que en su feroz disputa colocan al mundo al bode de la guerra.

Mientras reinan soberanos, el hambre, el desempleo, la explotación y la opresión nacional.

Actualmente, en la zona de Ayacucho el 60% de los niños de la región sufren anemia, y reina la peor situación de salud y trabajo. Habiendo sufrido con Fujimori, las campañas de esterilización forzosa de las originarias, para eliminar el “excedente poblacional nocivo”.

Las nuevas dependencias.

Tiene un dramática carga simbólica que en estos días en Perú una dictadorzuela golpista y represora, festeje más la inauguración del puerto de Chancay que el aniversario de Ayacucho.

Dina Boluarte, fue impuesta en el poder por un golpe de estado asesino que derrocó con un disfraz constitucional al presidente Castillo elegido democráticamente por el pueblo. Golpe en que mostraron las garras muchos militares proyanquis, pero que ha asegurado un camino a favor de todas las potencias, en particular China. El tradicional dominio del imperialismo yanqui, está siendo confrontado crecientemente por el voraz imperialismo chino.

China ya es desde hace años el principal socio comercial del Perú. Y tiene un proyecto muy avanzado para consolidar ese predominio a través de las crecientes inversiones directas de capital sobre todo en la nueva minería y una carta brava: el puerto de Chancay.

El Puerto de Chancay

Se ha inaugurado en estos días en Perú, un nuevo superpuerto a 90Km al norte de Lima y no mas de 500 km del campo de batalla de Ayacucho, que desplazará al tradicional puerto de El Callao que fue el emblema del Virreinato del Perú por donde sangraban las riquezas  del pueblo peruano.

La  construcción, la propiedad y la administración pertenecen en lo fundamental a empresas chinas, como la Cosco.

Su objetivo primordial es asegurar el monopolio del comercio exterior, el embarque de las principales riquezas del Perú, que desde hace  años exporta a China lo fundamental de sus productos: el cobre, y en el futuro litio y otros minerales.

Sera el principal puerto de América del Sur sobre el Pacifico, por donde pasará el 50% del comercio de China con América Latina que ya es de  580.000 millones de dólares anuales.

En Chancay habrá 15 puestos de atraque para los mayores portacontenedores del mundo. Pueden atracar además los súper graneleros y súper tanques, que no pueden pasar por el canal de Panamá.

Nadie dice si además pasará por Chancay el grueso de la cocaína que sale hoy para EEUU desde El Callao, Paita, etc.

China tiene además la propiedad de la mayoría de las minas, las concesiones de electricidad, y disputa muchas de las concesiones de Fujimori que vencen (como acá las de Menem). Más el proyecto de tren costero del pacifico que iría de Tumbes (frontera con Ecuador) a Tacna (frontera con Chile). Ferrocarril  que se podría unir con Puno y de ahí a Bolivia y a Argentina. Y teniendo en cuenta que ya existe un camino pavimentado de San Pablo a Lima, pasando por el Cuzco.

Además de los terribles sufrimientos que ha impuesto al pueblo peruano la monoproducción, la subordinación a las exportaciones, etc., es difícil creer que EE.UU, otrora privilegiado en la dependencia del Perú, acepte en calma este cambio de rumbo. Lo que está y estará en el fondo de la inestabilidad del Parlamento y el gobierno peruanos.

Además de quedar, como nuestro país, sujetos al agravamiento en la disputa del mundo, incluida la guerra.

A 200 años continúa la lucha por la segunda y definitiva independencia de América.

El sueño de los originarios, criollos y negros combatientes por la independencia, del Che Guevara, de los pueblos, atraviesa momentos complicados, pero la historia con su terquedad se vuelve a imponer.

Cuando Dina Boluarte y Javier Milei nos hacen acordar al Virrey de la Serna y al general Goyeneche, sintiendo hasta placer por la entrega y la sumisión, la marcha de los pueblos no se ha detenido nunca.

La lucha y la unidad de las resistencias de América contra las viejas y  nuevas dependencias, sigue siendo como hace doscientos años, una necesidad y la única posibilidad  de libertad y felicidad de sus pueblos.

Ayacucho es un faro que  sigue encendido en la memoria histórica americana.

(*) Luis Molinas
Sec. PCR Reg Santa Fe. Autor del libro “El Che y Bolivia” Ed. Ágora

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HISTORIA INDEPENDENCIA

San Martín, Milei y la patria

Por Facundo Guerra (*)

“En vida de los grandes revolucionarios, las clases opresoras los acosan constantemente, reciben sus doctrinas con la perversidad más salvaje, con el odio más furioso, con la campaña más inescrupulosa de mentiras y calumnias. Después de su muerte, se intenta convertirlos en iconos inofensivos, canonizarlos, por así decirlo, y santificar hasta cierto punto sus nombres para “consuelo” de las clases oprimidas y con el fin de engañarlas, despojando al mismo tiempo, a la teoría revolucionaria de su esencia, mellando su filo revolucionario y vulgarizándola”. LENINEl estado y la revolución.

Esta cita de Lenin, en referencia a Marx, es aplicable al caso de San Martín, no sólo en relación con su época contemporánea, sino también para las interpretaciones posteriores sobre su legado. Durante su vida, la élite criolla lo acusó de robarse el Ejército de los Andes o de buscar convertirse en un déspota cuando fue nombrado Protector del Perú. Rivadavia, responsable de contraer y malversar la primera deuda externa de nuestro territorio, lo acusó de corrupto. Alvear, quien estando al frente del Directorio ofreció al Imperio Británico la custodia de las Provincias Unidas, lo calificó de traidor a la patria.

Algunas de estas acusaciones fueron ciertas. San Martín fue un ideólogo de la desobediencia debida: cada vez que recibió órdenes para enfrentarse a los federales o para usar las armas contra el pueblo, no las cumplió. Sostenía: «la patria no hace al soldado para que la deshonre con sus crímenes».

Después de su fallecimiento, comenzó una campaña para «canonizar» a San Martín y despojarlo de su esencia revolucionaria. El revolucionario integral fue reducido a un «santo de la espada», un militar sin pensamiento político. Las clases dominantes se preocuparon por transformarlo en un ser moral abstracto; en las escuelas se nos reprodujeron, una y otra vez, las «Máximas a Merceditas», ocultando su pensamiento integral y, sobre todo, su obra política. Un pensamiento que provenía de un hombre con una biblioteca de más de 600 volúmenes, adherente de la Revolución Francesa y conocedor de las ideas revolucionarias de Rousseau, Montesquieu y Voltaire.

San Martín vs Milei

Las deformaciones o críticas no son solo del pasado; repercuten y reproducen en el presente. Como diría Alberdi, tan citado como incomprendido por el presidente: «la falsa historia es el origen de la falsa política». Su asesor original, Emilio Ocampo, descendiente de Alvear, afirmó durante la campaña: “San Martín no fue el Padre de la Patria ni el Libertador de América”.

Es muy difícil saber qué habría hecho San Martín en la actualidad, ya que los hombres y mujeres somos hijos de nuestro tiempo, como sostuvo Marx. Sin embargo, la obra y el pensamiento de San Martín están en las antípodas de Milei.

La idea de libertad. Milei pregona un liberalismo estrecho, centrado en la libertad individual: la libertad de mercado, de vender y comprar, incluso hasta los propios órganos del cuerpo. Es el individualismo más extremo. Por el contrario, San Martín aborda el concepto de libertad de manera diferente. Su famosa frase, «Seamos libres, lo demás no importa nada», refleja una visión de la libertad no como un asunto individual, sino colectivo. Para el Libertador, la libertad significaba liberarse del dominio español. En este sentido, la libertad es un llamado a la independencia y a la emancipación.

Soberanía o dependencia. Para el presidente, las potencias imperialistas y sus monopolios son el horizonte y modelo a seguir. Milei promueve la subordinación más directa al capital internacional. Según él, cuanto más subordinado esté el país, mayores beneficios obtendrá. Sus leyes y reformas implican una profunda declinación de nuestra soberanía. Hemos visto, consternados, a embajadores participando en reuniones de gabinete y a una canciller que reconoce los derechos de los kelpers en las Islas Malvinas. Incluso se trasladaron las reservas de oro a Inglaterra. La lista sería extensa. Por el contrario, San Martín enfrentó a una de las principales potencias extranjeras de su tiempo. Para el General, la dominación externa era la causa principal de los problemas regionales. Fue clave su participación, a través del delegado por Mendoza, Tomás Godoy Cruz, en la declaración de la independencia y en el agregado «de toda dominación extranjera».

Industria y liberalismo. La Ley de Bases y el Pacto de Mayo implican una profunda entrega nacional: apertura externa indiscriminada a los productos extranjeros, beneficios y facilidades extraordinarias para que los monopolios saquen nuestras riquezas. Es una política orientada a la destrucción de la producción nacional. Por el contrario, cuando San Martín fue gobernador de Cuyo, impulsó la industria local como parte de un proyecto general. Desarrolló la minería y creó el taller metalúrgico más importante del Cono Sur, a cargo de Fray Luis Beltrán, donde se producían armas y municiones y trabajaban 700 personas. Apoyó la agricultura local y generó planes de acceso a la tierra. El General defendió la producción local de vinos y cuestionó la apertura externa que permitía la entrada de vinos extranjeros, creando la primera ley de protección del vino argentino.

Sistema impositivo. Milei redujo los impuestos para los grandes monopolios y los bienes personales, mientras reintrodujo el impuesto a las ganancias para los trabajadores y aplicó un brutal aumento impositivo sobre la población en general. De tal forma que un trabajador minero paga impuestos a las ganancias, pero la minera no. Por el contrario, San Martín implementó una política impositiva en la que quien más tenía, más pagaba. Necesitaba reunir fondos para la formación del Ejército de los Andes, por lo que confiscó bienes de los contrarrevolucionarios, estableció un impuesto del 2% sobre las riquezas, expropió el diezmo de la Iglesia y obligó a las familias adineradas a «donar» sus joyas.

Élite o mayorías. Para Milei, la «gente de bien» son los generadores de ganancia. Explotar, saquear para generar plata, no importa cómo sino cuánto. “Elon Musk es un tipo genial. Qué importa si gana más plata”, sostuvo. Según él, las mayorías son aquellas que no se adaptan, los que no quieren trabajar 12 horas. No es casualidad que sus modelos sean Roca y Sarmiento, y que busque configurar una nueva versión de «civilización o barbarie». Por el contrario, en la acción de San Martín se observa una búsqueda por reconocer a las mayorías y a los sectores populares de la América profunda. En Mendoza, dictó la primera ley protectora de los derechos de los peones rurales. Consideraba a los pueblos originarios como “los verdaderos dueños de esta tierra” y les pidió permiso para realizar el cruce de los Andes. Apoyó a Belgrano en su propuesta de coronar a un descendiente de los incas. Aunque las presiones y limitaciones propias del general condicionaron la eliminación total de la esclavitud, estableció la libertad de vientres y la abolición de los servicios personales. “Un día se sabrá que esta Patria fue liberada por los pobres, y los hijos de los pobres, nuestros indios y los negros que ya no volverán a ser esclavos” (San Martín).

La patria no se vende, se defiende y se libera

Hay un hilo conductor en quienes creen que la patria está afuera y se ofrecen como mediadores de la dependencia. Aunque puedan tener diferentes apariencias, comparten una esencia cipaya o vendepatria. “La denigración de lo propio y la exaltación de lo ajeno”, habría sintetizado Jauretche.

La campaña de San Martín nos dejó varias enseñanzas. Identificó la dependencia colonial como la principal traba para el desarrollo de los pueblos y la patria. Llevó adelante un proyecto de liberación y de Patria Grande, protagonizado y sustentado por las masas populares, y enfrentó las continuas claudicaciones de las élites oligárquicas que impulsaban nuevas formas de dependencia.

En un nuevo aniversario de su muerte, es necesario rescatar el plan soberano que se ha gestado durante siglos para lograr un verdadero desarrollo independiente. Es imprescindible una segunda y definitiva independencia que haga realidad la “noble igualdad”. Como decía San Martín, “cuando la Patria está en peligro, todo está permitido, excepto no defenderla”.

(*) Licenciado en Sociología

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HISTORIA INDEPENDENCIA

9 de julio | La independencia que todavía no es.

Por Carlos Del Frade (*)

9 apuntes para el 9 de julio

#1

El Congreso de los Pueblos Libres celebrado en Arroyo de la China, la actual ciudad de Concepción del Uruguay en la provincia de Entre Ríos, declaró la independencia el 29 de junio de 1815, según sostienen historiadoras e historiadores.

Era la lógica consecuencia de un movimiento político y social de masas, el artiguismo, contrario a los intereses de Buenos Aires.

Esa concepción de la historia no fue la enseñada en las escuelas.

La lectura oficial arranca desde el congreso convocado por Buenos Aires nada menos que el 24 de marzo de 186 en la provincia de Tucumán.

El 9 de julio consagró, para esa historia contada e impuesta la centralidad de la ciudad puerto, la independencia de las Provincias Unidas en Sudamérica solamente de España.

“Nos los representantes de las Provincias Unidas en Sud América, reunidos en congreso general, invocando al Eterno que preside el universo, en nombre y por la autoridad de los pueblos que representamos, protestando al Cielo, a las naciones y hombres todos del globo la justicia que regla nuestros votos: declaramos solemnemente a la faz de la tierra, que es voluntad unánime e indubitable de estas Provincias romper los violentos vínculos que los ligaban a los reyes de España, recuperar los derechos de que fueron despojados, e investirse del alto carácter de una nación libre e independiente del rey Fernando séptimo, sus sucesores y metrópoli. Quedan en consecuencia de hecho y de derecho con amplio y pleno poder para darse las formas que exija la justicia, e impere el cúmulo de sus actuales circunstancias. Todas, y cada una de ellas, así lo publican, declaran y ratifican comprometiéndose por nuestro medio al cumplimiento y sostén de esta su voluntad, baxo el seguro y garantía de sus vidas haberes y fama. Comuníquese a quienes corresponda para su publicación. Y en obsequio del respeto que se debe a las naciones, detállense en un manifiesto los gravísimos fundamentos impulsivos de esta solemne declaración”, decía aquella declaración del 9 de julio.

Dos cosas para destacar: Provincias Unidas en Sudamérica, origen y destino de Patria Grande. No hay posibilidad de liberación sin los pueblos del continente, sin sus pueblos originarios que encarnaron las banderas emancipadoras en los ejércitos de Bolívar, San Martín, Artigas, Güemes, Juana Azurduy y Andresito Guacurarí.

Y la segunda, remar contra la corriente del poder hegemónico. En aquel momento, Carlos María de Alvear había ofrecido estos arrabales del mundo a Inglaterra, primero y después a Portugal y España. Vendía la sangre derramada en praderas, barrancas y montañas.

Sin embargo, aquellos congresales decidieron la independencia. Inventar un país desde lo propio y a pesar de los factores externos que amenazaban el sueño colectivo inconcluso de la igualdad.

#2

Aquella declaración era solamente de España.

Nada más que eso.

Para colmo con ningún diputado de Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes, Misiones y Córdoba que ya habían declarado la independencia un año antes en Arroyo de la China, la actual Concepción del Uruguay, el 29 de junio de 1815, cuando formábamos parte del gran proyecto político que fue la Liga de los Pueblos Libres liderado por José Gervasio Artigas.

Recién el 19 de julio de 1816, después de una sesión secreta, el texto agregó que nos hacíamos independientes de cualquier nación de la Tierra. Una sugerencia del diputado de Buenos Aires, Pedro Medrano.

Había una idea fundamental: la independencia debía ser la continuidad de aquel sueño de 165 locos que el 25 de mayo de 1810 habían decidido inventar un país, una nueva nación sobre la faz de la Tierra, como diría Vicente López Planes en la letra del himno que jamás cantamos.

Pero el proyecto político de la revolución de mayo estaba en el llamado Plan de Operaciones escrito por Mariano Moreno: independencia con igualdad. El gran objetivo de tipos como Belgrano, San Martín, Güemes, Artigas, Monteagudo, Castelli, Juana Azurduy y el mismísimo primer desaparecido de la historia política, el ya mencionado Moreno.

Porque para vivir con gloria hay que poner en el trono de la vida cotidiana a la noble igualdad.

#3

Para la historiadora Hilda Sábato, el 9 de julio de 1816 los representantes de trece de las Provincias Unidas de Sud América que participaban del Congreso reunido en Tucumán, votaron por unanimidad “que las provincias de la Unión fuesen una nación libre e independiente de los reyes de España”.
“Los argentinos hemos consagrado esa fecha como la de la “independencia nacional”, aunque el acta no hable de la Argentina, los firmantes incluyan a diputados de provincias que luego formarían parte de Bolivia, y no figure ningún representante del Litoral, por entonces integrado a los Pueblos Libres liderados por Artigas. Es que la palabra “nación” en el acta de independencia hace referencia a un conjunto inestable de provincias que habían surgido del desmembramiento del Virreinato del Río de la Plata y que aspiraban a organizarse como comunidad política pero cuyos límites, características y forma de gobierno eran materia de agudos conflictos”, sostiene Sábato.

“Al mismo tiempo, la derrota de Napoleón había abierto las puertas a la restauración monárquica y absolutista en Europa, al regreso de Fernando VII al trono español y a la exitosa ofensiva de sus tropas contra la América rebelde. En ese clima, tras proclamar la independencia, el Congreso buscó consolidar la unión. Y para ello dio por terminada la etapa revolucionaria, con su carga de convulsión social y fermento político, e imprimió una dirección conservadora a la gestión de gobierno. Esa voluntad era explícita: frente a los peligros de disolución y anarquía, el cuerpo decretó “Fin a la revolución, principio al orden” (1/8/1816). 

“Así, la independencia a la vez culminó y clausuró la etapa de cambios inaugurada por la revolución de mayo. También, pero eso no lo sabían sus autores, fue vista más tarde como comienzo: el de una nación, la Argentina, que reivindicó ese acto como fundacional”, termina diciendo Hilda Sábato.

#4

El presidente del Congreso de Tucumán, Francisco de Narciso de Laprida, fue asesinado. Un maravilloso poema de Borges lo rememora.

En ese epílogo violento de Laprida, se sintetiza la suerte de muchos de aquellos 29 que declararon la independencia el martes 9 de julio de 1816.

Después de la batalla de Cepeda, del primero de febrero de 1820, los congresales fueron encarcelados durante tres meses.

Es difícil encontrar vestigios de esos días. 

No parece haber registro de las vivencias de aquellos diputados.

Los decidores de la emancipación permanecieron presos y muchos de ellos acabarían como Laprida.

#5

De aquellos 29 congresales que declararon la independencia, dieciocho sufrieron exilios, torturas, expulsiones, censuras y arrestos varios. Solamente once pudieron seguir con una vida más o menos normal.

Tres de ellos fueron asesinados, Laprida, José Severo Malabia y Juan Agustín Maza y Díaz Gallo fue torturado con saña y alevosía.

Uriarte, sacerdote, fue uno de los que sufrieron cárcel y estuvo arrestado varias veces, promovió el reparto de tierras.

Unitarios y federales, fueron los nombres políticos que se le dieron a estos representantes, expresiones individuales de los intereses en pugna en aquella Argentina naciente que, como decía uno de los documentos del Congreso, daba fin a la revolución y principio al orden.

Quizás la ferocidad de ese “orden” devoró aquellas vidas particulares que, en su momento, encarnaron el sueño colectivo de la independencia.

Cuando Sarratea manda encarcelar a la mayoría de los congresales, había personas de gran relieve político.

#6

Entre los congresales perseguidos estaba Juan José Paso, secretario del primer gobierno revolucionario, cuando las ideas de su amigo Mariano Moreno parecían encaminadas a triunfar y modificar la realidad de todo el continente que desconocían.

Después de esos misteriosos días de prisión, el morenista Juan José Paso, quien fuera el lector de la Declaración de la Independencia, sería uno de los redactores de la Constitución de 1826, de matriz unitaria, patronal y probritánica y que desencadenaría las luchas civiles argentinas durante muchas décadas.

A pesar de eso, Paso, después de 1827 no volvió a figurar en funciones públicas, pero apoyó los gobiernos federales de Manuel Dorrego y Juan Manuel de Rosas de quien fue asesor.

#7

En relación a la llamada constitución de 1819, el historiador y polítco, Jorge Abelardo Ramos, señaló que “la Santa Alianza levantó la cabeza con la caída de Napoleón: la restauración de Fernando VII señaló el triunfo de la España negra. La desarticulación producida en América Latina por las fuerzas centrífugas regionales ante la crisis del proceso revolucionario en España, hacia de la declaración de la Independencia un acto trágico e inevitable. Pero ni la Asamblea del año XIII ni el Congreso de 1816 habían resuelto el problema cardinal. Este era, como hemos señalado, la cuestión del puerto, de la Aduana y del crédito público. Después de tres años de tumultuosas sesiones, durante las cuales se entrechocaron tenazmente los intereses regionales irreconciliables, el Congreso reunido en Tucumán decidió trasladarse a la ciudad porteña. Esta medida obedecía al propósito de los ganaderos bonaerenses y de la burguesía comercial porteña de obtener una influencia decisiva en sus resoluciones. Se trataba de marcar con el sello de sus privilegios el espíritu y la letra de la futura Constitución.

“Durante nueve meses discutióse agriamente el texto que debía organizar la vida argentina. La Constitución del año 1819 fue el factor desencadenante de la crisis del año 20, que ya germinaba desde la caída de (Mariano) Moreno. El librecambismo ruinoso de los porteños, la política centralista que los rivadavianos llamarían “unitaria”, y la posesión de las rentas en manos de Buenos Aires, habían convertido la primera década post-revolucionaria en el prólogo de la guerra civil. La Constitución de 1819 le confirió un carácter oficial”, escribió el colorado Ramos.

#8

“La Argentina, sin embargo, no se hizo así. La Argentina que celebró el Borges político (que era muy inferior al Borges poeta) aniquiló a la barbarie, a los otros, aniquiló la diferencia y constituyó el país desde la visión de las clases cultas. La diferencia (la barbarie) se obstinaría en reaparecer: con los inmigrantes, con los anarquistas, con el populismo de Yrigoyen y el populismo de Perón, que era para Borges la cifra absoluta de la barbarie. Hubiera sido fascinante tenerlo a Borges vivo durante la gestión del peronismo neoliberal de los noventa. Se hubiera deleitado con el espectáculo de la barbarie enterrando a la barbarie. Tampoco en esto tuvimos suerte: el cuadro sorprendente del partido de la barbarie llevando a cabo los objetivos últimos de los hombres de libros y cánones mereció los agradecidos balbuceos del ingeniero Alsogaray, no el ingenio despiadado de Borges”, terminaba diciendo una profunda y hermosa nota de José Pablo Feinmann en torno al poema de Borges que imagina el monólogo final del presidente del congreso de Tucumán, Francisco Narciso Laprida.

#9

“La historia es una continuidad. En realidad cada generación de argentinos produce un nuevo intento de independencia. La historia no está acabada porque la independencia no está alcanzada. De allí que sea fundamental recuperar la memoria no solamente desde el lugar de lo que nos hicieron, sino también de los proyectos colectivos que fuimos capaces de lograr. Porque esa es una forma de sentirnos e identificarnos. Nuestros abuelos no pelearon en Vilcapugio, pero durante todo el siglo veinte fueron protagonistas de peleas permanentes por una vida mejor y eso es lo que forma nuestra identidad. Porque la salud, la humanidad de una persona, no solamente pasa por la autoconservación biológica, sino por la autopreservación de la identidad. Hace poco leí una experiencia que me impactó. Un grupo de gatos fue encerrado en una jaula. Algunos de ellos naturalizaron el encierro. Se acostumbraron a la falta de libertad. Y fueron los que primero se murieron. El otro grupo de gatos buscaba desesperadamente la salida. Sufrieron estrés, dormían menos, comían menos, tuvieron gastritis, pero vivieron. De eso se trata, de saber que cada nueva generación en la Argentina pelea por la independencia”, sostuvo en diálogo con el autor de estas líneas.

“Cada generación de argentinos produce un nuevo intento de independencia”, repito la frase de Bleichmar.

La tarea pendiente para este 9 de julio quizás sea asumir que la independencia todavía no es y que nosotros debemos ser protagonistas y no espectadores consumidores consumidos para realizarla.

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