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CIENCIA TRABAJADORES

Inteligencia artificial ¿Al servicio de quién?

Por Germán Mangione

La semana pasada se conoció, a través de sus redes sociales, un nuevo alegato de preocupación por el avance y la orientación que está tomando la tecnología de inteligencia artificial. En este caso el impacto del planteo tiene que ver con que lo hizo Geoffrey Hinton, uno de los pioneros en el área.

En 2012 Hinton, informático que hasta esta semana formó parte de Google, a la que renunció para “poder hablar libremente”, inventó la tecnología base de la inteligencia artificial (IA) que hoy utilizan las grandes empresas como OpenAI, desarrolladora de ChatGPT.

El técnico se sumó así al coro de voces de la industria yanqui de la tecnología que viene pidiendo “una pausa” en el desarrollo de esta tecnología que avanza vertiginosamente en una carrera que los científicos del área aseguran “es un salto como el de la llegada de los teléfonos inteligentes y para el que la sociedad no está preparada”

Hace algunas semanas la revista Futurelife.org.  publicaba una carta firmada por científicos y CEOs del área tecnológica, entre los que se encuentra Elon Munsk (CEO de Twitter, Space X y uno de los inversores primigenios de OpenAI), en la que hacían un llamado a todos los laboratorios de AI para que “pausen inmediatamente durante al menos 6 meses el entrenamiento de los sistemas de IA más potentes que GPT-4″

¿Cuál es la preocupación? Que en la carrera empresarial por lograr el mayor adelanto no se tengan en cuenta las consecuencias en la sociedad. Por un lado, aparecen preocupaciones en torno a la producción de imágenes y textos a través de inteligencia artificial en un nivel que hace muy difícil el reconocimiento de que es creado por humanos y que por máquinas y por tanto que es real y que no. Algo complejo en el mundo de la comunicación actual y que ya tuvo su primera prueba viral con la supuesta foto del Papa con una campera moderna.

“El trabajador sólo respetará la máquina el día que ésta se convierta su amiga, reduciendo su trabajo, y no como en la actualidad, que es su enemiga, quita puestos de trabajo y mata a los trabajadores”
Émile Pouget (1860-1931), anarcosindicalista francés

Es el capitalismo, estúpidos

“La IA avanzada podría representar un cambio profundo en la historia de la vida en la Tierra, y debe planificarse y administrarse con el cuidado y los recursos correspondientes. Desafortunadamente, este nivel de planificación y gestión no está ocurriendo, a pesar de que en los últimos meses los laboratorios de IA entraron en una carrera fuera de control para desarrollar e implementar mentes digitales cada vez más poderosas que nadie, ni siquiera sus creadores, pueden entender, predecir o controlar de forma fiable”, afirma la carta que firmó junto a científicos y empresarios de todo el mundo.

Lo que ni Munsk, ni Hinton, ni ninguno de los popes de los monopolios tecnológicos se preguntan es si bajo el capitalismo es posible que suceda de otra manera, y no lo hacen porque la respuesta (que no hace falta consultar en ChatGPT) es que no.

Las características propias de la carrera incesante por aumentar la productividad y las ganancias, que va más allá de las definiciones particulares de tal o cual empresario y que está impregnada en la esencia misma del sistema capitalista como forma de sobrevivencia, hacen que sea una fantasía irrealizable cualquier “planificación”, cualquier “acuerdo” entre monopolios o cualquier “pausa” en el avance técnico. Y mucho menos por cuestiones morales o éticas.

¿Alguien puede pensar que en un mundo donde se avanza a pasos agigantados hacia la guerra y hacia la consolidación de bloques imperialistas antagónicos, y en donde la tecnología juega un doble rol de competencia económica y bélica, algún país va a siquiera pensar en detener sus investigaciones con el riesgo de quedar rezagados frente a las otras potencias? Solo aquel que desconozca que vivimos en la etapa del capitalismo imperialista que ya describió Lenin hace más de 100 años podría fantasearlo.

Otro futuro es posible

Entender el carácter de clase del enfoque de este debate también permite evitar caer en visiones apocalípticas que impiden o paralizan la perspectiva de un futuro mejor en el cual las grandes mayorías trabajadoras sean protagonistas de un cambio revolucionario.

Como sucede con cualquier avance técnico, este salto tecnológico se da en el momento que maduraron las condiciones necesarias para que sea posible. Y ese salto es casi inevitable teniendo en cuenta las reglas de la competencia capitalista.

Pero ese mismo grado de desarrollo adquirido permite preguntarse por su posible uso en favor de las grandes mayorías. ¿Podría servir para trabajar menos, trabajar todos y distribuir mejor? ¿Podría aplicarse para desarrollos en salud, y educación que permitan mejorar las condiciones de millones de personas en el mundo?

Como explicaba en los años 70 Camilo Taufic en su libro Periodismo y lucha de clases, refiriéndose a los medios de comunicación masiva que ya mostraban su poder de dominación sobre las masas: “En tanto instrumentos, los medios de comunicación no jugarán otro rol que el que quieran asignarles sus dueños, y así podrán ser instrumentos de cultura o instrumentos de incultura; medios de dominio o medios de liberación; elementos para unir a un pueblo o para desorganizarlo; para enaltecerlo o para hundirlo. Es la propiedad sobre el medio de comunicación la que determina al servicio de quiénes éste se coloca, a favor de qué causa, de qué valores, de qué clase social. Y los grandes medios ultramodernos llegarán a estar al servicio del progreso, de la cultura, del pueblo, únicamente cuando todo el pueblo sea el dueño de ellos; cuando la propiedad sobre los medios sea una propiedad social”.

Es lícito el miedo y la preocupación de la gente sobre el tema porque hasta ahora el proceso de tecnologización creciente de la producción no ha mejorado la vida de los trabajadores y trabajadoras, sino que ha acentuado la desigualdad, con la creación de menos trabajos y más precarios.

Pero por supuesto que sus usos en manos de las mayorías y en defensa de sus intereses podrían mejorar la vida de millones de personas. Lo que está claro es que en ambos casos el nudo de esa perspectiva no está en la tecnología misma sino en su uso. Porque nunca es un problema de técnica, sino en manos y al servicio de qué clase está.

 

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